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El día que Franco fue a la mili

Es indudable que la figura de Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) ha marcado significativamente la historia de España del siglo XX. Quizá no tanto por ser el gran responsable del pecado original que parece sufrir crónicamente España -pues antes de él tampoco era un jardín del Edén-, como por ser el artífice y máximo responsable de una larga dictadura que, con muchos muertos en el armario, surgió tras una larga y devastadora guerra civil. Además, por decirlo en términos futbolísticos, Franco tuvo una posesión de la pelota política en España durante un 36% del partido del siglo XX. El que más. Nadie como él mandó tanto tiempo en esa centuria.

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Por eso más que incidir en aquella repetida pregunta de ¿cuándo acabó el franquismo en España? o ¿En que momento el general más joven de Europa empezó a dirigir los destinos de España?, tras aquella jornada en el que cautivo y desarmado el Ejército Rojo las tropas nacionales alcanzaron sus últimos objetivos militares, tal vez sea más interesante incidir en ese minuto 1 del partido en que empezó todo. Aquel día en el que Franco se puso por primera vez las botas, entró en la milicia, y comenzó a hacer historia un 29 de agosto del año 1907.

Contaba en una pequeña obra titulada Franco no estudió en West Point (Littera, 2002) el historiador y militar menorquín Gabriel Cardona (1938-2011), fundador de la Unión Militar Demócrata y personaje nunca valorado como se merece, que ese día “Paquito” –como apodaban a Franco en su casa - entró como interno en la Academia de Infantería de Toledo, aunque el curso se iniciara formalmente el 1 de septiembre. Así es. Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde, su nombre de bautizo, había aprobado unos exámenes para entrar en esa escuela militar a inicios de verano, acompañado de su padre, un capitán de la Armada, mujeriego, jugador y librepensador con el que no se llevaba excesivamente bien, en contraposición a su madre, una mujer beata y familiar también hija de marinos.

En las pruebas de acceso a la Academia aprobaron 382 opositores, del medio millar que se presentaron, un 76% del total, por lo que parece que el ingreso no debió ser difícil del todo. Paquito pudo haber elegido el ingreso en otras academias del Ejército como caballería en Valladolid, artillería en Segovia o ingenieros en Guadalajara, pero se presentó voluntariamente a la más fácil, infantería, tras el fracaso de su oposición a la Marina. En Toledo, tras cinco años de estudio, recibiría las dos estrellas de primer teniente, y podría iniciar así su carrera en el Ejército. Un empleo para todo la vida.

Es cierto. A Franco le hubiera gustado ser marino, como estaba de moda en su Ferrol natal, tal como lo habían sido su abuelo y su padre. Pero en esa España de 1907 del joven Franco sobraban barcos y había demasiados marinos tras la perdida del imperio de ultramar. Por ello, el gobierno cerró la Escuela de Administración Naval, y solo quedó operativa la opción de la Escuela Naval si se quería participar de la marinería. Una institución donde se educaba a la elite de la Armada, ya en sí un cuerpo endogámico, por lo que no su ingreso no era fácil.

En la convocatoria de 1906 varios vástagos de la familia Franco se presentaron a ella: Nicolás (1891-1977) el hermano mayor; el propio Paquito (1892-1975), y un primo llamado Francisco Franco Salgado-Araujo (1890-1975), larguirucho y conocido como Pacón. Nicolás aprobó el examen, pero los dos “Pacos” no sacaron los suficientes puntos y decidieron esperar a otro llamamiento a filas para tener más opciones, con la mala fortuna que con los recortes que vivía el país, la Escuela Naval no volvió a ofrecer tal oportunidad. Decididamente, solo quedaba la opción de Toledo para entrar al Ejército -como funcionario- y no errar definitivaente el tiro.

Un "teenager" con complejos

Franco era entonces un adolescente de catorce años, desgarbado, callado y tímido. De pequeña estatura - no superaba el 1,64 metros de altura-, con orejas de soplillo, tenía la voz atiplada –que nunca abandonó- y una cabeza destacada sobre un cuerpo pequeño. No era precisamente un chaval atlético. También era muy introvertido. Durante los años en que pasó en Toledo como interno –pues su familia podía haber optado por que éste residiese fuera de la Academia- le costó integrarse con sus compañeros y nunca participó de los clásicos desmanes adolescentes de la noche toledana. Nunca fue de tabernas y burdeles, para entendernos.

En cambio, en la antigua capital de los Visigodos, Franco recibió una educación sumaria, estricta y cuartelera, reducida a la contabilidad militar y al ardor guerrero. Le fueron dadas asignaturas como Educación Moral y Mando, Topografía, Justicia Militar (donde debió memorizar las ordenanzas de Carlos III, un largo reglamento del siglo XVIII), Armamento, Táctica, Tiro e incluso Hipología, en otras palabras cuidado de mulos y caballos.

Una formación militar que además se realizaba en un edificio cargado de historia e ideología. El Alcázar había nacido como fortaleza romana, había sido alcazaba árabe y en el Renacimiento había pasado a ser uno de los palacios preferidos de Carlos V. Por tanto era un lugar donde se olía a glorioso pasado y al ideal imperial del César. Además, en ese año de 1907, cuando Franco ingresó en la milicia, aquel era también un cuartel sometido a una tremenda tensión política. Los profesores eran oficiales veteranos de Cuba y Filipinas que, tras una guerra en la manigua, habían sido prisioneros y repatriados con la rabia de la derrota y la nostalgia de perder aquellas colonias. La Academia rebosaba, de esta manera, un clima de patriotismo doliente y reivindicativo, donde los alumnos aprendían que España había dominado el imperio más importante del mundo, pero que ingleses -y norteamericanos-, ayudados por los francmasonería y la Ilustración se lo habían arrebatado.

A la vez, el ambiente militar de 1907 estaba cargado por otro tema no menor. Dos años antes, unos oficiales del Ejército en Barcelona habían dado un escarmiento a la canallesca y a la politiquería catalanista, que deseaban hacer de la región catalana una nueva Cuba. Efectivamente, cansados de numerosos chistes, noticias y chirigotas que desde 1898 infectaban de odio en Barcelona contra los militares y la unidad de España (según creían ellos), un grupo de tenientes vestidos de uniforme decidieron asaltar la madrugada del 25 de noviembre de 1905 las redacciones de un periódico satírico antimilitarista, el Cu-Cut, y de La Veu de Catalunya, órgano de la Lliga Regionalista (el partido catalanista de referencia en aquel momento).

El asalto fue visto por muchos militares como una defensa de su honor y contó con la simpatía de otros destacados sectores de la sociedad española. Por ello, el gobierno, presionado por tal hecho, y tales apoyos, decidió encomendar a la justicia castrense reprimir los delitos de opinión que se produjeran en todo el país “contra la Patria y el Ejército” con una ley llamada de Jurisdicciones. Era la primera victoria tras la Guerra de Cuba se pensó en muchos cuarteles. En Cataluña, como reacción de ello, se forjó una alianza política de regionalistas, carlistas, independentistas y republicanos federalistas llamada Solidaritat Catalana que en las elecciones a Cortes en abril de 1907 arrasaron con 41 sobre los 44 escaños disponibles. Alianza, por cierto, que se quebró dos años después con los sucesos de la Semana Trágica (1909) en la que ardió la capital catalana tras una revuelta obrera y en la que parte de la burguesía barcelonesa acabó por pedir un pacto con el gobierno y el Ejército. Lección a no olvidar.

1907, fue por tanto, un momento importante en la historia de esa España, acomplejada, y en la pequeña biografía de este militar y político gallego –dicho sin la maldad de aquellos que a veces escriben aquello de “empresario catalán”-, porque se acababa de decidir cual sería su futuro, y como sería éste. Una carrera militar que tras la etapa de formación en Toledo se desarrolló especialmente en África a donde llegaría destinado a la plaza de Melilla en 1912, y que le iba a permitir el realizar una pródiga carrera que lo convertiría en el general más joven de Europa. En Melilla, por cierto, conoció una chica de gran belleza llamada Sofía Subirán que era hija del comandante ayudante del general Aizpuru, a la que cortejó hasta que el joven teniente fue enviado en 1913 a Ceuta, en donde su protector no tenía influencia. Allí se acabó el romance con la guapa Sofía. Franco tenía prisa para llegar muy alto. En su boda con la próxima novia que tuvo, una hija de buena familia asturiana llamada Carmen, el entonces ya Comandante Franco llegó a tener como padrino al mismísimo rey Alfonso XIII.

¿Qué hubiera pasado en España si el ambiente en el Ejército no hubiera sido el de inquina y frustración tras 1898? ¿Ello justifica lo que sucedió en 1936, y la posterior dictadura de 1939? ¿Fue el Franquismo hijo directa de esos años de formación? Eso no lo sabremos nunca. España venía de un duro siglo XIX, donde no resolvió su complejidad, ni se preparó para la modernidad, por lo que se dio de bruces con una tensión acumulada que un pequeño y ambicioso militar gallego, formado en el corazón de Castilla y curtido en el norte de África, intentó resolver por su cuenta. El precio a pagar fue una terrible guerra civil, una larga dictadura, y centenares de miles de muertos. Y sobre todo la sensación que el tren de la historia no paraba de nuevo en esa estación.

 
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