Tormentas de primavera, en Grecia
En estos meses en que ser griego equivale a ser protagonista de alguna de esas tragedias que se representaban antiguamente en el teatro de Dioniso en Atenas, o tal vez víctima de su destino como en la Antígona de Sófocles, no estaría de más recordar los orígenes de la Grecia contemporánea. Éste es un país cuya historia suele vincularse en exceso al mundo clásico, y muy poco con su pasado más reciente, olvidándonos que la Grecia de hoy nació políticamente hace aún no doscientos años a calor de una insurrección popular, y no como producto de la democracia ateniense de Pericles.

Los griegos empezaron a ganar su libertad cuando unos muy indignados pastores y campesinos de la Grecia más pobre se levantaron contra la tiranía del hombre más poderoso de Oriente, el sultán de Constantinopla. Lo hicieron en la montañosa península de Mani, al sur de la península del Peloponeso, y su gran mérito fue derrotar a la guarnición otomana de Kalamata. No fue un simple motín, como había ocurrido en otras ocasiones, sino una chispa que inició un enorme incendio en este viejo bosque mediterráneo. La insurrección de los maniotas devino una auténtica mancha de aceite puro de oliva que se extendió por toda Grecia y empezó a sumar adeptos.
Estamos en la primavera de 1821, y sería oportuno no olvidar el contexto europeo de entonces. Napoleón estaba a las puertas de la muerte en su exilio perdido de Santa Helena, y ninguno de los dirigentes europeos de entonces estaba dispuesto a echar vista atrás después de los revolucionarios días del pasado. Por ello había que evitar cualquier aventura que rompiera fronteras y destruyera palacios, y por eso en 1823 se envió un ejercito europeo a España, tipo invasión de la OTAN en los Balcanes en la era Clinton, para acabar con el Trienio Liberal de Riego y poner fin así al experimento liberal español. El episodio es conocido en los manuales de historia como la invasión de los “100.000 hijos de San Luis” por que la mayoría de esas tropas eran francesas. Algo parecido sucedió en Portugal en esas fechas, donde los liberales se habían alzado en Oporto. Adiós al sueño liberal ibérico.
Mientras tanto, los griegos insurrectos se habían hecho fuertes en el Peloponeso y sus dirigentes se reunieron en la localidad de Epidauros. Sí, donde más tarde se localizó el más formidable teatro de la Antigüedad. Y fue así como un 1 de enero de 1822 se declaró formalmente la independencia de Grecia y siguiendo los modelos constitucionalistas de los revolucionarios norteameamericano y francés se aprobó provisionalmente una Carta Magna, una asamblea legislativa y un ejecutivo que regularía el nuevo Estado. Se creó también un código civil, adaptación del napoleónico de 1807, y se establecieron indemnizaciones de guerra. El primer presidente del nuevo ejecutivo se llamó Alexandros Mavrokordátos, miembro de una saga de mercaderes griegos de Constantinopla, y la Primera República Helena estableció su capital en una antigua posesión veneciana llamada Nauplia, no muy lejos de la vieja fortaleza de Agamenón. Nunca nadie había llegado tan lejos desde el fin de Napoleón, en Waterloo (1815), este verano hace justamente doscientos años.
Sin embargo, el enemigo a batir por los griegos era demasiado fuerte, y los otomanos contratacaron. Los insurrectos no podían volverse atrás, pero quedaba claro que Grecia, sola, tampoco podía vencer, y por ello empezó a estar dispuesta a pagar las primeras facturas de una deuda que de alguna manera aún llega hasta nuestros días. Afortunadamente para esa generación de alzados, la llegada de los nuevos aires del Romanticismo hizo que al final las grandes potencias europeas decidirán cambiar la opinión mostrada en España y Portugal en 1823 e intervenir, a partir de 1827, contra de los Otomanos. Gracias a ello Grecia ganó su libertad en 1830. ¿He dicho libertad? No. Europa jamás aceptó la constitución de 1822 de Epidauros, e impuso a Grecia sus reglas. Quienes tengan sueños de libertad en este siglos XXI que tomen nota. Nada sale gratis en este mundo.
De entrada Europa impuso el fin de la república y el inicio de una monarquía. Un alemán de la casa bávara de los Wittelsbach, y pariente de Sissí, devino el primer rey de los griegos. Su primera medida fue a establecer la nueva capital del reino en una aldea de cerca de diez mil habitantes sin sueños de grandeza llamada Atenas. Los alemanes ya nunca más se marcharon de allí. Su rastro aún puede olorse en las calles y barrios de la metrópoli que hoy acoge el 50% de los habitantes de Grecia. De esos polvos estos lodos, podríamos concluir.