Retorno a Bach-Land
Johan Sebastian Bach, probablemente sea el mayor genio musical que haya parido madre. Era Aries, para quien le interese su signo zodiacal, y nació un 31 de marzo de hace 330 años en una pequeña localidad germana llamada Eisenach. Sin duda no hay mejor regalo para una alma desdichada que acercarse allí y sentir la fuerza la música del maestro con toda su intensidad. Bienvenidos a Bach-Land.

Resegresé a Eisenach tras descubrir esta pequeña localidad de Turingia hace muchos años. La ciudad contará unas cuarenta mil almas, y su principal icono monumental es la fortaleza de Wartburg, un lugar que el mismísimo canciller Otto von Bismarck definió en una ocasión como el “castillo alemán, más alemán de toda Alemania”. No es extraño que el dirigente germano realizara esta proclama. En la fortaleza de Eisenach y protegido allí por sus amigos, Lutero se dispuso a traducir la Biblia por primera vez al alemán, y dicen incluso que fue allí donde el principal pastor del portestantismo llegó a ver al mismo diablo: una mancha de tinta en la pared de una de las habitaciones delata el testimonio.
Wartburg también fue la cuna romántica del nacionalismo alemán pues en este castillo se bendició por primera vez y durante el exultante Romanticismo la bandera tricologor que define hoy a Alemania como república que une a todos los alemanes. Aunque les sorprenda, un auténtico regalo de la historia, pues no era nada facil si se considera que durante el siglo XVIII Alemania se hallaba devidida en más de seiscientos pequeños micro-estados. Lo dicho un milagro de la historia.
No obstante, para los más melónanos y los no tan introducidos en las esencias de la cultura germana, Eisenach es sobre todo conocido por ser la cuna de los Bach, una estirpe que dio a lo largo de dos siglos más de cincuenta músicos y algunos excelentes intérpretes, y por supuesto el más importante músico de todos los tiempos: Johan Sebastian Bach. Así es. El patriarca de los Bach, nació en Eisenach en 1685. Era el menor de ocho hermanos y desgraciadamente ya a los diez años de edad quedó huérfano por lo que pronto tuvo que empezar a ganarse la vida. Lo hizo con el mejor de los instrumentos posibles: la música, lo que le llevó a viajar por media Alemania. Al final fue tan activo que hasta incluso fue padre de veinte hijos que derivaron en un poderoso clan que influyó decisivamente en la música europea. Un sencillo ejemplo, durante 132 años, entre 1665 y 1797, algún miembro del linaje de los Bach fue siempre el organista de alguna de sus dos iglesias de Eisenach, la de San Jorge y la de San Nicolás.
Por eso, cuando en 1902, fue derribada en Leipzig el edificio medieval de la escuela de Santo Tomás, tan ligada a la biografía del maestro, los ojos de todos los aficionados a la música se dirigieron a Eisenach. Era necesario que el mundo tuvieran un lugar dedicado a recordar la memoria del mejor músico de todos los tiempos. Y ningún sitio era el más propicio que la ciudad donde Johan Sebastian Bach escuchó su primera nota musical en su vida. Fue entonces cuando en 1906 la asociación Neue Bachgesellschaft adquirió -con dinero obtenido por suscripción popular- la casa donde nació el músico, en la calle Frauenplan 21.
En la mansión de los Bach
Para el melómano no hay lugar de mayor culto que este pequeña casa de Eisenach. Era un modesto hogar de origen medieval que fue ocupado por los Bach en 1671 cuando Johan Ambrosius Bach y su esposa Maria Elisabetha Lämmerhirt se desplazaron allí desde la vecina Erfurt. En 1685, el pequeño Johan Sebastian realizó allí su primer do de pecho, en el mismo año en que nacieron también, por cierto, otros dos grandes monstruos de la música como Georg Friederich Haendel y Domenico Scarlatti.
La casa de los Bach es hoy un fabuloso museo. La casa natal se ha convertido en un museo romántico donde se recrea la vida cotidiana en la época de Bach, y junto a ella se alza un moderno equipamiento (inaugurado en 2007) que explica el mundo musical del maestro. Allí, los visitantes pueden escuchar la obra casi infinita de Bach, así como conciertos con instrumentos del Barroco, unos 400, entre los que destacan un clavecín, una viola de gamba, un raro órgano doméstico suizo y un clavicordio cuyo sonido, bajo y modulable, era muy apreciado por el maestro.
Sin embargo, la huella de Bach no solo se encuentra en Eisenach. Media Alemania esta llena de recuerdos del músico aunque sin duda otro lugar de parada obligado es Leipzig. Por el camino nos podemos detener es Weimar, auténtica capital cultural de Alemania. Aquí Goethe concibió gran parte de su obra, Schiller inventó el Romanticismo y fue el lugar donde nació la moderna escuela de arquitectura de la Bauhaus. También el gran pianista Franz Lizt residió largo tiempo y vale la pena acercarse a su casa-museo. Bach residió en Weimar unos diez años como músico de la corte y fue aquí donde compuso gran parte de su obra de órgano, como la famosa Tocata y fuga en re menor BWV 565.
Entre 1723 y 1750, Bach fue un habitante más de Leipzig. Fueron veintisiete años en los que dirigió el coro de la iglesia de Santo Tomás -en funcionamiento inenterrumpido desde la Edad Media-, y fue director musical de diversas iglesias como la preciosa de San Nicolás. Vale la pena perderse por las callejuelas de esta bella ciudad de Sajonia, cuna de Wagner y tan ligada a la música de Mendelssohn, y asistir a un buen concierto en la histórica sala Gewandhous en uso desde el siglo XVIII o en la importante Ópera de Leipzig. Eso sí antes de despedirse de Leipzig no duden en comprar una rosa, y depositarla en la tumba del maestro mientras resuena en nuestro interior el preludio de su suite para Violoncello nº 1. Se emocionarán como no recordaban hace tiempo. Es lo que tiene la música.