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En busca del país de Ulises

Ítaca es una isla pequeña, que tiene una extensión de unos cien kilómetros cuadrados. Para que el lector compare sepa que el término municipal de Barcelona cuenta con unos noventa y dos, por ejemplo, así que podríamos decir que aproximadamente la isla es tan extensa como la metrópoli. No obstante, a diferencia de la capital catalana apenas alberga unos cinco mil habitantes, que tal vez crecen algo exponencialmente en verano, pero solo los dos meses centrales de verano. Ni tan siquiera es una isla de masas durante las vacaciones estivales.

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¿Qué puede encontrarse en Ítaca? ¿Es tan bonita la isla como la describió Homero?¿Queda algún recuerdo del viejo Ulises? ¿Se sabe en qué playa desembarcó el héroe de Troya? ¿Y del palacio de Penélope... hay alguna huella? En definitiva, ¿Vale la pena acercarse a Ítaca en busca de Ulises?

Resulta difícil responder a todas estas preguntas con rotundidad, cuando ni tan siquiera los especialistas se ponen de acuerdo sobre si la Ítaca de hoy tiene algo que ver con la Ítaca de Homero. Pero eso tampoco significa nada. Para algunos consagrados viajeros como el periodista Javier Reverte, autor de El corazón de Ulises (Plaza y Janés, 2006), “Ítaca es pobre, tendida en una abrupta geografía, sin ruinas que visitar, con vino regular y pesca escasa, pero Ítaca es Ítaca, y eso basta”.

Sin duda, una manera de ver la cosas.

Para otro periodista muy viajado, Xavier Moret, la llegada a Ítaca -siempre por mar- es impresionante. Y eso, por sí solo, ya justifica el viaje a esta isla. Lo explicaba en una crónica aparecida hace unos veranos en su columna de El Periódico. Los barcos maniobran siguiendo el tortuoso perfil de un lugar protegido por montañas, hasta que encaran la bahía insospechada de Vathi, la capital de la isla. Allí, cuenta Moret, “tras el desembarco, es fácil descubrir que se está bien en este pueblo dispuesto en un anfiteatro natural encarado al mar, con pocas calles y casas bajas, en el que los niños juegan en la plaza ajenos a la historia y a la literatura, mientras viejos pescadores contemplan el mar con ojos rebosantes de nostalgia, una bella palabra cuyo copyright también debería detentar Ulises (del griego: nostos, deseo del retorno, y algia, dolor)”.

La isla es montañosa, con una cordillera central que separa la costa norte de la sur. Vathi esta situada en el corazón de una pequeña bahía cerrada al mar. En ella impera el blanco y se despliega a modo de anfiteatro a lo largo de esa bahía. Abundan las playas pequeñas y rocosas, y las mejores son las de Aspros Filiatro, Giálos, Frikés y Kioni (donde también hay muestras de la arquitectura tradicional jónica), aunque también so recomendables las de Jirimbi, Paliocáravo, Yidaki, Pólis y Amudaki.

Es un lugar rico en cuevas y grutas. También es interesante la zona que bordea el monte Aetos, el más alto de la isla, unos ochocientos metros de altitud. Otros de los atractivos de Ítaca son los pueblos de montaña de Hanoi y Lefki; los monasterios bizantinos de Kathara y Panayia ton Cazaron y la localidad de Stavros, una aldea de pescadores situada a una quincena kilómetros de Vathy.

El hombre que encontró Troya

Sin embargo, no nos engañemos. Si Ítaca es capaz de seducir al viajero es sobre todo por la obra de Homero, y la profunda huella que dejó en la literatura universal. La búsqueda de los paisajes de la Odisea ha sido motivo de interés desde la mismísima Antigüedad. En una fecha tan lejana como el siglo III a. de C. Eratóstenes de Cirene ya se mostró escéptico sobre que pudieran existir ninguna de las tierras citadas por Homero, lo que demuestra que había interés en ello.

En el mundo moderno, el primero que se tomó en serio la posibilidad que la isla fuera la tierra natal de Ulises, tal como cuenta el relato, fue William Gell en 1801. Este erudito inglés, gran amigo de Lord Byron y Walter Scott, exploró la isla y buscó los lugares citados en la Odisea como el refugio de Eumeo (el fiel porquero y sirviente), la fuente de Aretusa, la cueva de las Ninfas..., aunque no acabó de localizar exactamente ninguno de estos posibles lugares.

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Le siguió, cómo no, Heinrich Schliemann. El hombre que encontró Troya y que intentó demostrar que Homero no sólo hizo literatura sino también contó una historia real. Viajó a Ítaca para localizar el reino de Ulises, y lo hizo por primera vez en 1868. Hubo una segunda ocasión en 1878. Entre esos diez años, el arqueólogo alemán excavó en la llanura turca de Hisarlik, donde creyó encontrar la mítica Ilión/Troya (1873), y a Micenas, en el Peloponeso, donde en 1876 hallaría la llamada máscara de oro de Agamenón.

En la primera visita, Schliemann visitó una gruta que él empezó a denominar como de las Ninfas. También excavó en la cima del monte Aetos donde descubrió dos cisternas y algunas estructuras arqueológicas, que (sin complejos) identificó como la morada de Ulises. Cuenta la investigadora Trinidad Tortosa en su artículo “La búsqueda del paisaje de la Odisea” (en una obra que coordinaron Ricardo Olmos y Paloma Cabrera, Sobre la Odisea, en Ediciones Polifemo, 2003), que en otra gruta de la isla, conocida como Liozos, Schliemann encontró una docena de trípodes de bronce que estarían datados entre los siglos IX-VIII a. de C. Estos objetos constituyen, hoy por hoy, uno de los escasos vínculos que hay entre aquello que ha encontrado la arqueología y aquello que cita Homero. El alemán creyó ver en esos trípodes el regalo que recibió Ulises de Alcinoo, rey de los Feacios.

En su segundo viaje a Ítaca, el arqueólogo -ya más relajado tras encontrar Troya y Micenas- matizó sus conclusiones. Trabajó también en el valle de Pólis y reconoció que se había equivocado en los resultados que extrajo de los restos exhumados del monte Aetos.

Una posible ruta homérica

Schliemann no fue el único que fracasó en Ítaca. Posteriores misiones arqueológicas apenas han hallado materiales relevantes de la Edad del Bronce o época micénica, que es cuando se situaría históricamente la obra de Homero. Especialmente evidente si lo comparamos con lo que se ha encontrado en las vecinas islas de Cefalonia y Léucade.

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Por tanto, solo había un referente que incidiese en que Ítaca es Ítaca, el texto de la Odisea: su nombre. Por eso algunos historiadores creen que tal vez, en tiempos de Homero, el nombre de Ítaca podría hacer referencia al conjunto de la Islas Jónicas, las islas griegas del mar Adriático donde se encuentra Ítaca y cno a una denominación particular de esta isla. No sería la primera vez en la historia que una parte designa el todo. Recuerden a los gallegos, en referencia a españoles en América Latina; a Flandes como Países Bajos...).

Homero describe 26 lugares exactos de Ítaca, y casi ninguno de ellos parece corresponderse con la actual isla. Aún así, hay quienes continúan apostando por este enclave como el auténtico hogar de Ulises y han elaborado una posible ruta donde encontrar pruebas de tal hipótesis. Así, sobre el monte Aetos, a unos cinco kilómetros de Vathi, se hallaría una antigua acrópolis datada en el siglo VII a. de C. Según la tradición aquí pudo encontrarse el palacio de Ulises, donde su esposa Penélope tejía y destejía mientras lo esperaba.

En la villa de Exogi hay diversas construcciones del periodo clásico que los habitantes de la isla denominan como la "Escuela de Homero". El autor de la Odisea cita también que en Ítaca estaba la fuente de Aretusa, dedicada a esta ninfa de la mitología griega. Hay quien ha identificado el citado lugar con un surtidor de agua natural llamado Korax, situado al sudeste de la isla. Por otra parte, la zona de Dexia o Skhinos, en el sur del golfo de Molo, podría ser el puerto de Phorcya/Forkis.

Al igual que las cueva de Stephanos o de Merovgli, podrían equivaler a la literaria cueva de las Ninfas donde los faecianos dejaron el cuerpo durmiente de Ulises. La bahía de Pólis podría ser el puerto de la antigua Ítaca. Y para quien dude del compromiso y fidelidad de los habitantes de la actual Ítaca con su mitológico antecesor, está la estatua de Ulises durmiente que se levantó en la aldea de Stavros.

La asignatura pendiente

Hoy Ítaca vive esencialmente del turismo y de los miles de visitantes que, año tras año, vienen en busca de Ulises. Pero el recuerdo del gran héroe del Mediterráneo clásico solo es capaz de asegurar prosperidad a la isla pocos meses del año. El resto de los largos días de otoño, invierno y primavera, apenas hay comercios y restaurantes abiertos en la isla. Quizá es el mejor momento, sin el alud de los turistas, para descubrir con tranquilidad los restos que pudiera dejar el gran personaje que ideó el caballo de Troya, y también para reencontrarse con otra Grecia muy lejana a la postal.

Pero qué duda cabe que la terrible estacionalidad del turismo en Ítaca ha provocado que los itacenses busquen su supervivencia en otras tierras durante gran parte del año. Ítaca no cuenta tampoco con un producto turístico organizado (con un centro de interpretación y unas infraestructuras propias) en torno a Ulises, Homero y la Odisea que vehiculen y sacien el hambre de conocimiento que hay sobre este episodio de la historia de la humanidad tan fundamental para Occidente, y tampoco que cumpla con la función económica y turística de asesorar al viajero sediento de la vieja Grecia.

No estamos demandando un parque de atracciones a lo Port Aventura o Disneyworld. Pero seguramente no hay lugar en el mundo que se merezca el honor de contar a la humanidad el legado de Homero. Ítaca malvive de Ulises, improvisa a la manera del mítico viajero, pero no ha acabado de desarrollar el canto del turismo cultural como Homero organizó su obra.

No sé si algún itacense lo ha propuesto a algún ministerio de Atenas, quizá para evitar la triste solución de la emigración que tantas lágrimas ha vertido en la isla. Sin embargo, por ahora, no parece haber respuesta. Tal vez tampoco esté el horno para bollos, e Ítaca dejó pasar desgraciadamente su oportunidad cuando los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004.

En cualquier caso, Ítaca es así. Pobre y desafortunada, tal vez sea poco más que un peñasco soleado en el Mediterráneo que no tiene más atractivos que los que puedan poseer otras de las 250 islas habitadas de Grecia. Pero como nos recordó también el poeta Kavafis, “Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado./Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,/ entenderás qué significan las Ítacas”. Que duda cabe que con esta mochila Ítaca debería ser algo así como La Meca para los europeos, un lugar de tierra fundacional de nuestra civilización que deberíamos visitar en peregrinación como mínimo una vez en nuestra vida. ¿Qué la arqueología aún no haya encontrado restos de Ulises? Como decía Javier Reverte, “Ítaca es Ítaca, y eso basta”.

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