¿Zozobra lo griego?
Suena bien eso de “Grecia en el aire”, y realmente éste podría ser el titular a cinco columnas de cualquier periódico en estos días en que el Estado griego intenta renegociar el pago de la deuda ante sus acreedores. Sin embargo, como suele suceder con los buenos encabezamientos de la prensa, ésta expresión cuenta ya con cierta solera, en este caso cerca de 2.500 años, y fue considerada por todo un clásico como Tucídides en su Guerra del Peloponeso, al referirse al impacto que tuvo el enfrentamiento entre la democracia de Atenas y los aristócratas de Esparta.

Quizá por ello, el más mediático de los helenistas españoles en estos momentos, Pedro Olalla (1966), la haya escogido como acertado título para su última obra, editada por Acantilado, en donde explica como era la democracia más antigua del Planeta, y que nos queda de ella en este mundo actual tan soberbio, que cree superada cualquier edad histórica anterior. Desde el éxito del Atlas mitológico de Grecia (Lynx, 2002), donde sitúa en la geografía de hoy la historia de ayer, e Historia menor de Grecia (Acantilado, 2012) donde traducía las fuentes clásicas a una modernidad casi periodística, Pedro Olalla se ha convertido en un apasionado intérprete del pasado de los griegos y de aquello que está en juego, de verdad, tras la actual tragedia griega.
Nada es casual. Pedro Olalla es un asturiano que en el año 1994 decidió trasladarse a vivir a Atenas, lugar donde reside aún. Dos décadas en las que ha desarrollado una prolija carrera profesional como profesor, traductor, fotógrafo, cineasta, historiador, escritor y sobre todo cronista de un mundo que vivió con los Juegos Olímpicos de 2004 un sueño de esplendor, y que al cabo de cinco años éste se desmoronó como un castillo de naipes. Una crisis digna de ser escrita por alguno de los maestros del género en la Antigüedad: Eurípides, Sófocles o Esquilo, o adaptada a una puesta al día de Zorba, el griego de Nikos Kazantzakis.
La democracia en el aire
Vayámos al libro de Olalla. ¿Les suena aquello que unas leyes podían provocar la auténtica esclavitud a quien no pagara una deuda? ¿Qué había que poner freno al abuso de los ricos sobre los pobres? ¿Los deseos de mayor trasparencia en la gestión pública? ¿El freno a la corrupción y el control de la cuentas del Estado? Pues de eso iba exactamente la democracia de los Solón, Clístenes y Pericles, sin duda la más revolucionaria de las democracias que haya vivido jamás la historia de la humanidad por su concepción de la política, y esos son, desgraciadamente aún los desafíos que debe superar la democracia nuestra del siglo XXI.
En el libro, Olalla se pasea por el paisaje arqueológico de la Atenas actual (no solo de Acrópolis come la historia de la capital griega) y juega a un pasado-presente mientras nos descubre cuáles fueron los orígenes y las características de ese innovador sistema de gobierno que cambió la administración y la historia del Egeo, lo que le da pie a reflexionar sobre las debilidades de nuestro sistema democrático. Cómo contarle al barbero de toda la vida al cual acude el autor que justamente bajo el suelo de su negocio se alzaba un santuario religioso erigido por Temístocles, el héroe de Salamina que salvaguardó la democracia ante la tiranía persa, mientras debaten sobre si la democracia necesita para su supervivencia de la desobediencia civil.
Grecia en el aire no es, por tanto, un manual de esos que tanto aturden a los estudiantes de humanidades, ni un juego demagógico que pretenda explicar el presente a partir del pasado. Que no se engañe el lector. No estamos ante un frugal entretenimiento que juega a moldear la actualidad en la era de los Colau, Carmena e Iglesias. A pesar de contar con solo 184 páginas de texto -más notas- el libro precisa de una lectura lenta y pausada, pues bajo una calidad literaria innegable se esconde un auténtico libro de historia, a tutiplén, cargado de conceptos, datos y referencias, así como una tesis solida que amasa toda la erudición expuesta. Grecia está en el aire, con mucho pesar de Tsipras y Varufakis, y también nuestra, pero también lo está la calidad de nuestra democracia. No zozobra lo griego. Tampoco la historia. Zozobra Montesquieu.